La toma de estudiantes volvió a instalarse en el centro de la escena política y social de Buenos Aires. Estudiantes secundarios y universitarios ocuparon edificios educativos en señal de protesta contra el veto del presidente Javier Milei a la Ley de Financiamiento Universitario y a la Ley de Emergencia Pediátrica.
Lo que comenzó como una decisión aislada en un par de instituciones, rápidamente se transformó en un movimiento coordinado que busca defender la educación pública y presionar al Gobierno para que revea su postura.
La primera medida se registró en la Facultad de Artes Dramáticas de la Universidad Nacional de las Artes (UNA), donde más de 350 estudiantes votaron en asamblea la ocupación del edificio. Horas más tarde, la medida se replicó en el Colegio Nacional de Buenos Aires, tras el debate en los tres turnos de cursada.
A estas acciones se sumarán en los próximos días la Facultad de Filosofía y Letras, la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y el Departamento de Artes Audiovisuales de la UNA. Según anticiparon los organizadores, el calendario de protestas se extenderá con nuevas tomas de estudiantes en otras instituciones de la ciudad.
La toma no se limita únicamente a la ocupación de los edificios. Durante la semana, distintos grupos estudiantiles organizaron clases públicas en las calles, frente a facultades como Derecho, Medicina, Ingeniería y Económicas. Con pupitres y pizarras trasladados a la vía pública, los estudiantes buscaron visibilizar su reclamo y acercar la discusión a la sociedad.
En paralelo, un cacerolazo autoconvocado se escuchó en barrios porteños luego de la cadena nacional del presidente Milei. La medida fue interpretada como un gesto de solidaridad hacia las comunidades educativas y un rechazo a lo que califican como una política de ajuste.
Reclamos y demandas estudiantiles
El eje de la protesta es claro: garantizar el financiamiento de la educación pública. Según los estudiantes, la decisión del Ejecutivo de vetar la ley aprobada por el Congreso representa un retroceso que amenaza la continuidad de programas, becas y proyectos de investigación.
A la par, se denuncia un proceso de desfinanciamiento progresivo, que afecta tanto a universidades como a colegios preuniversitarios. Para los manifestantes, sin un presupuesto adecuado se compromete no solo la calidad educativa, sino también el derecho a estudiar en igualdad de condiciones.
La magnitud del conflicto abre varios escenarios. Por un lado, los estudiantes esperan que el Gobierno abra una mesa de diálogo que permita revertir el veto presidencial o, al menos, discutir alternativas de financiamiento. Por otro, existe la posibilidad de que las autoridades adopten una postura más dura y busquen desalojar las facultades tomadas, lo que podría derivar en un enfrentamiento mayor.
Mientras tanto, el movimiento estudiantil gana fuerza y apoyo en redes sociales, donde la consigna “La educación no se negocia” se volvió tendencia.
Una tradición de lucha en las aulas
La historia argentina está marcada por fuertes movimientos estudiantiles. Desde la Reforma Universitaria de 1918 hasta las protestas de los años recientes, los estudiantes han sido protagonistas de luchas en defensa de la autonomía universitaria y el acceso a la educación pública.
La actual toma de estudiantes se inscribe en esa misma tradición, con un claro mensaje: sin recursos no hay futuro académico posible.
