En junio, dos astronautas estadounidenses partieron hacia la Estación Espacial Internacional (EEI) con la expectativa de pasar ocho días en órbita. Sin embargo, debido a preocupaciones sobre la seguridad de su nave espacial Boeing Starliner, la NASA decidió prolongar su estancia hasta 2025. Ahora, estos astronautas comparten un espacio del tamaño de una casa de seis habitaciones con otros nueve miembros de la tripulación.
La vida en la EEI está organizada meticulosamente por la misión de control en la Tierra. Los astronautas se despiertan temprano, alrededor de las 6:30 GMT, y emergen desde sus compactos dormitorios en el módulo Harmony. Nicole Stott, una astronauta de la NASA que pasó 104 días en el espacio en 2009 y 2011, describe el saco de dormir como el «mejor del mundo«. Los compartimentos están equipados con computadoras portátiles y un pequeño rincón para objetos personales, como fotografías y libros.
El desafío de los espacios reducidos y la rutina diaria
Los astronautas utilizan un baño compacto con un sistema de succión para manejar la orina y el sudor. Aunque el sudor y la orina generalmente se reciclan como agua potable, una falla en el sistema ha obligado a la tripulación a almacenar la orina. Su trabajo diario incluye mantenimiento y experimentos científicos en una estación comparable en tamaño al Palacio de Buckingham. Chris Hadfield, comandante de la Expedición 35, menciona que la EEI es como una serie de autobuses conectados, lo que puede hacer que la estación se sienta bastante solitaria.
Para contrarrestar los efectos de la gravedad cero, los astronautas deben hacer dos horas de ejercicio diarias. La estación cuenta con el Dispositivo Avanzado de Ejercicio Resistivo (ARED), dos cintas de correr y un ergómetro de bicicleta. Stott señala que, a pesar de la rigurosidad del entrenamiento, el sudor se acumula debido a la ausencia de gravedad, obligando a los astronautas a usar hisopos para limpiar la cabeza y a desechar la ropa ensuciada.
El misterioso olor del espacio
Un aspecto sorprendente de la vida en la EEI es el «olor espacial». Helen Sharman, la primera astronauta británica, describe cómo los objetos que se exponen al vacío del espacio adquieren un olor metálico debido a la radiación que reacciona con el oxígeno dentro de la estación. Este olor se convierte en una constante en la vida de los astronautas.
La comida en la EEI, aunque variada, suele ser reconstituida y se encuentra en paquetes separados por nación. Stott menciona que la comida es comparable a raciones militares, pero algunos caprichos enviados por familiares, como jengibre cubierto de chocolate, añaden un toque de hogar.
El ambiente en la EEI es ruidoso, con ventiladores que mantienen el dióxido de carbono en niveles seguros, pero los astronautas pueden dormir ocho horas si lo desean. Ver la Tierra desde el espacio tiene un profundo impacto psicológico. Sharman comenta que observar el planeta desde el espacio le hizo reflexionar sobre la interconexión global, mientras que Stott apreciaba trabajar con personas de diferentes países en nombre de toda la vida en la Tierra.
A pesar de los desafíos, los astronautas como Hadfield y Stott estarían encantados de regresar a la EEI. Hadfield subraya que el mayor regalo para un astronauta es poder extender su estancia en el espacio, mientras que Stott revela que al regresar, sentía que tendría que rasgarse de la escotilla para irse. La experiencia espacial, aunque dura, ofrece una perspectiva única y valiosa de nuestro lugar en el universo.
Este vistazo a la vida en el espacio revela tanto los desafíos como las maravillas de vivir en la Estación Espacial Internacional. Desde la adaptación a un entorno sin gravedad hasta el impacto psicológico de ver la Tierra desde el cosmos, la experiencia de los astronautas es una combinación de rigor científico y asombro humano.
